El viaje. Lo menos moderno de esta Moscú endiablada por obras fastuosas es la estación de trenes de Kursky, tan retenida en el tiempo que nos hipnotiza tanto que creemos que volvimos al país, que estamos en Buenos Aires a la espera de tomar un ómnibus en Retiro para volver a Tucumán. Su ornamentación es la de un shopping con negocios de ropa sin marcas y poca entrega de facturas. Una mini Salada. Todo trucho, menos los detectores de metales de prevención y la mirada despierta de varios policías que custodian al detalle los movimientos de quienes ingresan al salón principal. De hecho, Kursky es más argentina que rusa en este momento. Por el altavoz se anuncia la partida del tren de alta velocidad hacia Nizhni Nóvgorod. Ticket en mano, adentro.
En la mayoría de los vagones de esta máquina que supera los 150 kilómetros por hora se ven camisetas con el “10” de Lionel Messi. Es temprano y quienes viajan intentan acomodarse en sus asientos en busca de un respiro y de descansar durante las cuatro horas de trayecto hasta dar con destino. Difícil. Las butacas son rectas, no se reclinan. El confort es un decir. El espacio de confort entre un pasajero y que el está en frente se decide entre quien abre las piernas y quien las cierra. Es mejor así, para poder estirarlas.
UNA MULTITUD. Los pasillos de la estación de trenes estuvo al borde del colpaso ayer. Muchos pasajeros eran argentinos. LA GACETA/FOTO DE LEO NOLI (ENVIADO ESPECIAL)
No han pasado ni 10 minutos desde que el tren salió de la Retiro moscovita y las hormigas en los cuerpos cansados hacen su trabajo. Ante tanta incomodidad, lo mejor es hablar, matar el tiempo contando historias, relatando vivencias, polemizar sobre el equipo que pondrá Jorge Sampaoli ante Croacia; recordar viejos partidos, ascensos, descensos; campeonatos. El que rompe el hielo es Diego, conocido como el zar del calzado.
Diego es abogado, ejerce en Buenos Aires y Capital Federal. Viaja una vez por mes a Santiago, Tucumán y Salta. Maneja el negocio familiar del calzado. La entiende. Habla de las curvas, de cómo se maneja el stock, de lo difícil que a veces puede ser el gusto de una mujer, y de lo extraño que fue para él hacer migas con las rusas. Volantea solo, el amigo. Diego fue un picaflor a la deriva en un jardín donde las flores abundan y el néctar del amor es tan pasajero como su estadía en Rusia. Sus relatos rompen con la modorra y con el dolor que la cintura empieza a heredarles a quienes se mantienen sentaditos en estos sillones revestidos en clavos.
Diego es un dandy. Un caradura. Creyó haber encontrado el amor en una iglesia. Le ganaron de mano. “En realidad era una famosa que fue vestida para que nadie la reconozca. Ella rezaba, hasta que alguien la reconoció. Ni en una iglesia respetan, che”, se ríe el hombre que conoce la horma del zapato de Cenicienta. De sus cenicientas rusas. Se enganchó con Olga, rubia de 28 años, algo menor que él. La invitó a bailar, a cenar. Olga era su princesa.
Una noche, Olga le pidió suspender la parte del dancing. Un deber de ama de casa la llamaba. “Me dijo que la acompañe, que tenía que sacar a pasear el perro”. Obediente, Diego la acompañó. Rostov, el perro, lo desconoció. “Me mordió la mano. Me fui”. Corazón roto fase 1.
Diego viajó a Moscú con Germán, su amigo tranqui. Pasaron 10 días recorriendo esta ciudad de 12 millones de habitantes. Vieron a la Selección y se hicieron de un grupo de amigos locales. Todo bien. El amor volvió a jugarle una mala pasada. “Llevé a Ekaterina a comer a una restorán divino, con vista al Kremlin. Alucinante. La pasé de 10. Al otro día quedamos en vernos. A la tarde siguiente, por Nikolskaya, me cruzo a Ekaterina: iba de la mano con otro tipo”. Corazón roto fase 2. No puede ser. ¿Hubo tercera y vencida? Todavía no, pero Diego tendrá revancha, a su regreso de Nizhni Nóvgorod. Dos horas se fueron volando.
El derrotero del amor de Diego despertó carcajadas en el grupo que estaba en frente. Padre e hijo hinchas de Colón y dos amigos de Argentinos. El de Colón se trenza en anécdotas del pasado, del ascenso “Sabalero”, de la buena gestión del actual presidente, José Vignatti, que los sacó de la complicada situación económica en la que estaban, y también de rememorar actos inolvidables de San Martín, como el 6-1 a Boca, en La Bombonera, y las épicas de Atlético en la Copa Libertadores. “Qué lindo clásico en la Superliga se viene”, festeja.
La Selección. Hay hinchas de River, de Boca, de Racing. Todos piden por Cristian Pavón. Creen que puede ser el gancho que necesita Messi. Están confiados, pero también entran en razón de que se espera demasiado del siete bravo “xeneize” justo en un partido picante. Demasiada presión. También concuerdan los hinchas en que Argentina tiene un mediocampo en estado de cortocircuito. Hay que cambiar los cables o encintarlos. “Necesitamos juego, sabemos lo peligroso que puede ser Croacia, abriendo la cancha o centralizándola con Luca Modric o Iván Rákitic”, analiza uno de los fanas del “Bichito”.
Italia 90. Es esa la sensación general de todos en el vagón, que este Mundial puede ser eso para la Selección, un vía crucis de sufrimiento. ¿Puede Argentina contra Croacia? ¡“Sí”! Todos confían, pero dejan un margen para la agonía. “Lo importante es no perder. El empate también nos sirve, siempre y cuando le ganemos a Nigeria”. Es verdad, pero en este caso Argentina podría depender de factores externos. “Lo mejor es ganar”. Y sí.
A destino. El viaje pasó volando, como en tren bala. La despedida del grupo de ocho amigos improvisados que se formó en uno de los vagones deja un paréntesis para un posible reencuentro en las calles de Nizhni Nóvgorod. La excusa, festejar un triunfo por duplicado, el de Argentina y el de Diego, el zar del zapato.